DIOSES MUERTOS, CAPÍTULO 19 – AYUDA INESPERADA

19

A la mañana siguiente, Norah se había marchado.

– Ya sé que había dicho que iba a seguir su camino – dijo Harad cuando Jarren les informó de la súbita desaparición de la joven Oráculo – pero no pensé que fuera a cumplir su promesa con tanta rapidez.

– Debía tener mucha prisa para haberse marchado así, sin avisar a nadie – añadió Heda, cautelosa.

Desde el primer momento la presencia de Norah había sido extremadamente sospechosa y la muchacha parecía saber mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir. A Heda le hubiera gustado haber podido hablar más con ella, sacarle información no sobre sus palabras sino sobre sus silencios, que habían sido más elocuentes a la hora de revelar sus verdaderas intenciones.

– Espero que no le pase nada, los caminos no son seguros para una joven sola – dijo Jarren, mientras sujetaba un saquito de hierbas aromáticas que llevaba al cuello. Heda no se lo había visto con anterioridad y cuando Jarren se dio cuenta de que ella se había fijado en el colgante, lo levantó para que lo viera – son hierbas medicinales. Norah me dijo que no me lo quitara, que sus esencias me ayudarían a sanarme.

Heda asintió pero no compartió sus dudas con sus compañeros. Si Norah ocultaba algo, lo más probable es que fuera algo en lo que también estaba involucrada la dama Orrena y Heda no tenía claro si quería destapar aquel pozo de secretos todavía.

– Si estás lo suficientemente recuperado, deberíamos iniciar el viaje ya. El lugar a dónde nos dirigimos está lejos y no es un viaje sencillo, pero es importante que lleguemos allí lo antes posible.

-¿Dónde es allí, si se puede preguntar? – inquirió Jarren. Heda sonrió y de sus labios se escapó un resoplido mezclado con una breve risa.

-Aunque no se pudiera tú preguntarías igual, Jarren. Prefiero no decíroslo aquí. Las paredes tienen oídos.

No había pasado ni una hora cuando emprendieron el camino. Heda les llevó hacia el norte, y pronto abandonaron los caminos principales para dirigirse hacia el este.

– ¿Nos vas a decir ya dónde vamos? – volvió a preguntar Jarren en cuanto se pararon para comer algo y descansar.

-La verdad es que no lo sé.

Jarren la miró con la boca abierta de par en par.

-¿Cómo…?

-Pensé que habías dicho que íbamos a ver a alguien que podía conocer las intenciones de los Dioses. – dijo Harad, al ver que Jarren parecía haberse quedado sin palabras.

-Y así es.

-Pero no sabes dónde está – continuó Harad, su voz teñida con una pátina de incredulidad. heda sintió ganas de echarse a reír: aquellos dos la iban siguiendo como cachorrillos abandonados, pensando que ella era una heroína de leyenda que tenía un plan para cada situación cuando la realidad era que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

– Sé que está más o menos por allí – dijo Heda, señalando de forma vaga hacia unas lejanas montañas que se recortaban oscuras contra el cielo gris de mediados de otoño. – Sabré más a medida que nos vayamos acercando.

-¿Es una cosa de los Hijos de los Dioses? – dijo Jarren con tono estrangulado, como si le hubiera costado horrores recuperar la voz.

-Se puede decir que sí. – asintió Heda, mientras masticaba desganada algo de pan. Todavía le dolía el cuerpo después de la paliza que le había regalado Lander, y el gesto de tragar le recordaba cada patada y cada puñetazo, pero si no comía algo se desmayaría en el camino y no estaba dispuesta a dejar que Harad la cargara de nuevo – ¿Sabéis por qué los Hijos de los Dioses son un ejército tan temible, por qué trabajan tan bien juntos?

-Porque la sangre de los Dioses que corre por sus venas les da poderes extraordinarios, fuerza sobrehumana y una capacidad…

-No – dijo Heda, haciendo un gesto de fastidio con la mano – es decir, sí, pero no solo eso. Los Hijos de un mismo Dios comparten algo más que un Padre divino. Sienten en todo momento dónde están sus hermanos. Es una sensación vaga, no algo definido, pero lo suficiente para ayudarles a trabajar como una unidad. Y lo que yo siento me dice que tenemos que ir allí – terminó, señalando al mismo lugar que antes.

Jarren tragó saliva. Estaban entrando en terreno peligroso, casi herético. No se hablaba del Dios que había muerto, del Dios que había sido asesinado por sus hermanos por tomar a una mujer que no le correspondía.

-Allí, en algún lugar de aquellas montañas nevadas, está mi hermano.

Jarren hizo el signo de protección contra el mal y Harad la miró curioso.

-Pensaba que todos tus hermanos habían muerto – dijo el joven guerrero, sus ojos azules llenos de curiosidad.

-Es lo que todo el mundo cree. Y mejor que sea así.

Heda agradeció que no le preguntaran cómo sabía que el resto de los Hijos de los Dioses también sentían dónde estaban sus Hermanos. Lo cierto es que era una cosa que le había dicho Lander en sus primeros días de casados, seguramente para intentar sacarle información sobre algún superviviente de la línea de Awer. Pero incluso enamorada y crédula, Heda había negado sentir nada similar a lo que Lander afirmaba que se notaba cuando uno de tus hermanos estaba cerca, sabiendo que aquello seguramente significaría la muerte de la única familia por parte de su padre que le quedaba.

Pronto se hizo de noche y el grupo decidió parar a descansar en una cabaña que sin duda era el refugio de verano de algún cazador de la zona y que había sido abandonada debido a la proximidad del invierno. el territorio que les separaba de la montaña donde se dirigían no era de los más poblados: no había ciudades grandes y los pocos pueblecillos estaban muy separados unos de otros. Era un lugar inhóspito y que no muchos pisaban, ya que allí vivían sobre todo los seguidores de los Dioses Gemelos, un grupo con el que el resto de los mortales no solía relacionarse.

Una vez se hubieron instalado para pasar la noche, con un pequeño fuego ardiendo en la chimenea de la cabaña, Heda decidió dejar claro lo que llevaba todo el día dándole vueltas en la cabeza.

– Creo que el camino hacia donde se encuentra mi hermano nos llevará unas dos semanas, aproximadamente. Si la nieve llega pronto o las lluvias son torrenciales, tal vez más.

La sola idea de tener que caminar dos semanas a buen paso le hacía rechinar los dientes. El dolor en su costado no había cesado desde su escape de la Fortaleza, así que lo más probable es que no se tratara de una simple magulladura. Sin duda Lander, pese a que se había contenido para no matarla con uno solo de sus poderosos golpes, había conseguido dañarle alguna o quizás varias de sus costillas. No creía que fuera grave, pero iba a ser doloroso.

– El problema es – continuó Heda, mirando a Jarren – que no quiero que nadie sepa donde vamos. Y por nadie me refiero a ninguno de mis tíos. Si uno de mis hermanos ha conseguido sobrevivir tanto tiempo, no me gustaría atraer a toda nuestra familia divina a su puerta para que puedan acabar el trabajo que comenzaron. Los Dioses no pueden verme a mi, ni a Harad – dijo Heda, mostrando su brazo intacto y señalando hacia la maraña de cicatrices que cubrían lo que había sido el Tatuaje de Harad. – pero tú, Jarren…

Jarren tragó saliva y asintió. Heda se dio cuenta por primera vez de que el Oráculo había cambiado desde la primera vez que le había visto en el Templo de Radhir. Había perdido algo de peso y su rostro se había alargado, y la barba que se había dejado crecer acentuaba ese efecto, creando ángulos y puntas afiladas en su rostro. Su piel pálida había tomado algo de color debido al tiempo pasado a la intemperie. Sus ojos claros destacaban mucho más ahora, parecían haber aumentado en tamaño y mantenían el toque de inocencia.

-Yo soy una antorcha andante en la noche para los Dioses. Quien sabe si no están escuchando ahora mismo esta conversación.

-Es posible, pero no lo creo. Radhir nunca ha prestado demasiado interés a sus Oráculos. Pero no podemos permitirnos que nos encuentren.

-¿Entonces qué vamos a hacer? – preguntó Harad – ¿Dejarle aquí?

Heda negó con la cabeza.

– No. El que seas un peligro para nuestra misión no significa que te vaya a dejar abandonado a merced de los Hijos, salteadores de caminos o los seguidores de los Dioses Gemelos. Estás más seguro con nosotros y al fin y al cabo es culpa mía que te hayas visto arrastrado a esta situación. Jarren se queda con nosotros.

Con un movimiento tranquilo y pausado, Heda metió la mano en su zurrón y sacó un cuchillo brillante y afilado. Era un regalo que le había hecho Lander cuando se habían casado y era la única pieza de Arma Sagrada que tenía Heda. El destino había querido que lo hubiera dejado en la posada cuando había ido a buscar ayuda para Jarren en Torrelera, y por lo tanto los Hijos no se habían hecho con ella.

Harad dio un respingo.

– Pero es un Oráculo… – murmuró el joven, su voz teñida con confusión y cierta reverencia. Aunque hubiera tomado la decisión de deshacerse de su propio Tatuaje, la idea de destruir el de un Oráculo todavía le hacía sentir incómodo. Era difícil sacudirse el manto de los Dioses de encima, especialmente cuando habías crecido toda tu vida pensando que ibas a servirles hasta la muerte. – Eso cortará su vínculo con su Dios.

– Nunca tuve un vínculo tan fuerte con Ra… – Jarren había estado a punto de pronunciar el nombre del Dios, lo que habría llamado su atención con toda seguridad, pero se contuvo a tiempo. Heda le dedicó una sonrisa tranquilizadora – con tu tío. Creo que no me consideraba un digno sucesor del antiguo Oráculo y de hecho jamás se presentó ante mis ojos como hacen los Dioses con el resto de sus Oráculos. No será tan grave – terminó el joven, encogiéndose de hombros e intentando devolverle la sonrisa a Heda. Pero el ligero temblor de su voz no dejaba lugar a dudas: la sola idea de deshacerse de su Tatuaje le aterrorizaba.

Heda cogió una de las botellas de licor que habían comprado en la posada y se la ofreció a Jarren, que la aceptó.

-Valor líquido. Si puedes, bébetelo todo.

Jarren intentó abrir el tapón del recipiente pero sus dedos parecían de mantequilla. Harad se acercó a Jarren, le puso una mano en el hombro para tranquilizarle y destapó la botella con un movimiento preciso. Jarren colocó sus labios sobre la abertura de la botella y dio un largo trago tosiendo cuando el licor llegó a su garganta.

– Ten cuidado, no lo desperdicies. – dijo Heda, intentando sonar optimista.

– ¿No necesitas algo para desinfectar la hoja? – le preguntó Harad mientras Jarren daba otro trago tentativo.

– Las Armas Sagradas no se oxidan ni se ensucian. No hay un filo más limpio en el mundo que este.

Jarren siguió bebiendo y sus ojos comenzaron a ponerse vidriosos. Heda le dio también un par de tragos a la botella, quizás algo necesitada del mismo valor que estaba fluyendo por las venas del joven Oráculo.

-¿Has hecho esto alguna vez? – preguntó Harad.

Ella negó con la cabeza.

-Tú eres el experto – le dijo – ¿Hay alguna forma de hacer que duela menos?

– No he sentido un dolor mayor en mi vida – murmuró Harad, acerándose a Heda para que ella pudiera oírle pero sus palabras no llegaran a los oídos de Jarren. Heda pensó que era una precaución innecesaria, ya que el Oráculo comenzaba a mostrar los efectos del licor y en aquellos momentos parecía no estar interesado más que en las sombras que el fuego dibujaba en la pared de la cabaña. – Hazlo lo más rápido que puedas.

Heda había oído la teoría de bocas de viajeros y borrachos, entre susurros cuando los rescoldos del fuego era lo único que iluminaba los salones de las posadas en las noches del solsticio del invierno, cuando se decía que los Dioses dormían más profundamente. Diez cortes como mínimo, los suficientes para romper la maraña de líneas que formaban el Tatuaje, el símbolo de Radhir: la representación estilizada de la Montaña y los túneles que la atravesaban.

El sonido de cristal rompiéndose contra el suelo sobresaltó a Heda y a Harad, que miraron en dirección a Jarren. éste les devolvió la mirada y se echó a reír.

– No pasa nada, estaba vacía – dijo el Oráculo, arrastrando las palabras como si su lengua fuera de repente demasiado grande para su boca. – me lo he bebido todo, como me dijiste.

Heda se acercó a Jarren, cuchillo en mano.

-Harad, sujétale. No quiero que se revuelva y cortar más de lo necesario.

Harad asintió e hizo lo que Heda le ordenaba. Ella levantó la manga de la túnica de invierno que llevaba Jarren y dejó al descubierto el Tatuaje. Jarren, con los ojos como platos, empezó a respirar de forma agitada y nerviosa, pero no se revolvió ni intentó liberarse.

– Vamos allá – dijo Heda, y bajó la hoja de la daga hasta casi tocar la piel de Jarren, mientras con la otra mano le sujetaba el brazo por la muñeca para mantenerlo fijo en su sitio. El sacerdote aspiró ruidosamente, como si le hubiera dolido. – Aún ni te he tocado, Jarren.

– Lo sé, lo sé, pero no dejo de pensar en que Radhir se va a enfadar – dijo él, e inmediatamente se echó a reír y se tapó la boca con la mano que tenía libre.

Heda soltó el brazo de Jarren como si le quemara, su cuerpo en tensión. Harad zarandeó al Oráculo, que se echó a reír estrepitosamente.

– ¡Perdón, perdón! No volveré a decirlo. Estoy listo para que me cortes el brazo si hace falta, Heda. Lo que tú quieras. Daré mi sangre por ti, como los antiguos Reyes exigían de sus súbditos. ¡Sangre para la Reina Heda!

El corazón de Heda latía desbocado. En cualquier momento su tío aparecería y vería lo que estaban a punto de hacer y su misión iba a terminar antes de que hubiera tenido la oportunidad de comenzar. Heda decidió que llegado el momento, acabaría con su propia vida antes que dejar que su tío la entregara de nuevo a Lander.

Pero Radhir nunca apareció.

– ¿Tal vez no nos ha oído? – dijo Harad, cuando llegó a la misma conclusión que Heda. – ¿Tal vez está esperando a que nos confiemos para hacer acto de presencia?

– No es el estilo de Radhir. Es posible que no esté buscándonos, pero lo veo poco probable. Aunque fuera por curiosidad, debería haber notado su presencia cuando su Oráculo le llamó, pero no he sentido nada. Los Dioses pueden ignorar las súplicas de los mortales, pero un Oráculo es algo diferente. Incluso uno caído en desgracia como Jarren. Y más sabiendo que yo estoy aquí…

Era cierto que el nombre de un Dios en boca de un Oráculo le atraía, pero los Dioses eran traicioneros y les gustaba jugar con las vidas de los mortales. Lo más seguro era terminar el trabajo.

Jarren seguía riendo a carcajadas, y Heda notó que las manos del joven se habían aferrado al saquito de hierbas que le colgaba alrededor del cuello. La curiosidad le hizo volver a bajar la daga.

-Jarren, déjame ver eso – le dijo al joven. Él soltó la bolsa y comenzó a quitársela del cuello – no, déjala donde está.

Heda se acercó a Jarren y examinó cautelosamente la bolsita de hierbas. Estaba hecha de cuero oscuro sin adornos y no era mucho más grande que la palma de su mano. Heda deshizo el nudo que la mantenía cerrada y el aroma de las hierbas que había en su interior inundó la habitación. Observó los ramilletes coloridos que había en el interior de la bolsita, incapaz de adivinar sus nombres: las hierbas aromáticas nunca habían sido de interés para ella. Heda sólo recordaba una persona que oliera a esa particular combinación de hierbas en el mundo.

La Dama Orrena.

Los rumores que había oído todos aquellos años volvieron a su memoria como un torrente. La Dama Orrena era una Hereje. Secuestraba niños por las noches y los sacrificaba a las Diosas Muertas, y los Dioses no podían hacer nada porque estas le habían dado la habilidad de hacerse invisible a los ojos y los oídos de los Dioses, incluso de Thorne, de quien portaba el Tatuaje.

Aquello siempre le habían parecido cuentos de viejas. La Dama Orrena no era la mujer más piadosa que conocía, pero tampoco era una asesina de niños, ni una Hereje. Pero era posible que si que hubiera encontrado una forma de evitar que los ojos de los Dioses se posaran sobre ella a menos que ella lo deseara…

En el interior del saquito había también una piedra. Heda la miró bien sin atreverse a sacarla. Tenía grabada algún tipo de runa, cuyo significado Heda desconocía.

– Jarren – dijo Heda, volviendo a cerrar el saquito de hierbas y sujetando al Oráculo por los hombros y mirándole fijamente a los ojos – ¿conoces la Llamada de los Dioses?

Él asintió, su semblante súbitamente serio.

– Es lo primero que aprende cualquier Oráculo. No era un aprendiz tan horrible.

– Quiero escucharla – dijo Heda.

Jarren carraspeó, intentando aclarar su voz, y se echó a reír de nuevo. Heda jamás hubiera pensado que Jarren pudiera ser un borracho tan alegre. Harad miró a Heda, que observaba a Jarren haciendo girar la empuñadura de la daga con una mano mientras apoyaba la punta de la hoja sobre el dedo índice de la otra mano.

– ¿No es demasiado arriesgado? Eso llamará la atención de los Dioses con toda seguridad.

– Quiero comprobar una cosa – dijo Heda. Era cierto que si se equivocaba, Radhir aparecería en la cabaña, atraído irremediablemente por la Llamada, una oración que obligaba a un Dios a presentarse ante su Oráculo. Pero si el saquito que Jarren llevaba al cuello le ofrecía protección contra los ojos y oídos de los Dioses, como todo parecía indicar, Heda prefería tener que ahorrarse destruir el Tatuaje de Jarren. No todos los que lo habían intentado sobrevivían a la destrucción de un Tatuaje.

Jarren carraspeó y su voz se alzó clara pese al licor.

– Radhir, Hijo del Uno, Padre bajo la Montaña, tú que excavaste un hogar para tus Hijos con tus propias manos bajo la Montaña que nos protege, tú que nos das refugio sobre la tierra y nos ofreces descanso eterno cuando la abandonamos, escúchame. Tu humilde siervo te pide de rodillas – Jarren se dejó caer pesadamente al suelo, recordando que la oración debía ser pronunciada de rodillas. En realidad no era necesario, pensó Heda, pero a Radhir le gustaba la teatralidad y la sumisión que aquello implicaba – que me ofrezcas el regalo de tu presencia. Si alguna vez he sido digno, permite que mis ojos te vean, que mis oídos te escuchen y que mis labios puedan besar tus ropas.

Harad se tapó los ojos instintivamente, protegiéndoselos ante la aparición de un Dios en su verdadera forma, algo que podía cegar o incluso matar a un mortal.

Pero de nuevo, nada sucedió.

Heda guardó el cuchillo.

– Esto no nos va a hacer falta. Parece que la misteriosa Norah tiene algunos secretos interesantes – dijo Heda. Jarren se levantó del suelo, tambaleándose, y ella le tuvo que sujetar para que no se derrumbara. – es una pena que no esté con nosotros, me gustaría haber hablado con ella sobre este tema.

– ¿Cómo es posible? – preguntó Harad – ¿sabías que esto era posible?

Ella negó con la cabeza.

– Jamás lo hubiera imaginado. Pero claramente, es posible.

Harad se miró su propio brazo, las cicatrices aún rojas y tiernas sobre los restos de su Tatuaje. Heda sintió un peso en el estómago.

– Vamos a meter a Jarren en la cama. Mejor que duerma la mona antes de que haga alguna tontería. Descansa tú también si quieres, yo haré la primera guardia.

– No, no estoy cansado – dijo Harad, poniéndose un chaquetón de piel sobre los hombros – prefiero hacer guardia yo, si no te importa.

– Puedo acompañarte unas horas, si quieres, una vez haya metido a Jarren en la cama.

-Prefiero estar solo, gracias, Heda – la voz de Harad era extrañamente inexpresiva. Heda respetó sus deseos.

– Despiértame dentro de unas cuantas horas, para que tú puedas también descansar algo.

Heda metió a Jarren en la cama, no sin cierta dificultad. El Oráculo (¿era aún un Oráculo si su voz era incapaz de atraer la atención de su Dios?) no dejaba de intentar coger mechones del pelo de Heda, afirmando que había hadas cantarinas escondiéndose entre su cabellera.

– Quiero una. La voy a meter dentro de la botella de licor y la voy a usar como linterna – dijo Jarren cuando Heda logró finalmente meterlo en la cama y taparlo con una manta. Jarren cerró los ojos casi de inmediato.

– La botella se ha roto, ¿no lo recuerdas?

-Es verdad. ¿tenemos más? me puedo beber otra y así tendremos una linterna que no se apagará nunca, con un hada brillante en su interior. Y si ponemos el oído en la boca de la botella, el hada nos contará los secretos para no envejecer jamás.

-Buenas noches, Jarren.

El sacerdote comenzó a roncar cuando Heda no había dado ni un par de pasos hacia su mochila. Sacó unas pieles y mantas para hacerse una cama improvisada, ya que Jarren ocupaba el único camastro de la cabaña, y se estiró en el suelo con dificultad, molesta por el dolor que radiaba de sus costillas con cada movimiento. Lo mejor, pensó, iba a ser dormir. Mañana Jarren se despertaría con una resaca terrorífica, y tenían un largo camino por delante.

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