A la mañana siguiente, Norah se había marchado.
– Ya sé que había dicho que iba a seguir su camino – dijo Harad cuando Jarren les informó de la súbita desaparición de la joven Oráculo – pero no pensé que fuera a cumplir su promesa con tanta rapidez.
– Debía tener mucha prisa para haberse marchado así, sin avisar a nadie – añadió Heda, cautelosa.
Desde el primer momento la presencia de Norah había sido extremadamente sospechosa y la muchacha parecía saber mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir. A Heda le hubiera gustado haber podido hablar más con ella, sacarle información no sobre sus palabras sino sobre sus silencios, que habían sido más elocuentes a la hora de revelar sus verdaderas intenciones.
– Espero que no le pase nada, los caminos no son seguros para una joven sola – dijo Jarren, mientras sujetaba un saquito de hierbas aromáticas que llevaba al cuello. Heda no se lo había visto con anterioridad y cuando Jarren se dio cuenta de que ella se había fijado en el colgante, lo levantó para que lo viera – son hierbas medicinales. Norah me dijo que no me lo quitara, que sus esencias me ayudarían a sanarme.
Heda asintió pero no compartió sus dudas con sus compañeros. Si Norah ocultaba algo, lo más probable es que fuera algo en lo que también estaba involucrada la dama Orrena y Heda no tenía claro si quería destapar aquel pozo de secretos todavía.
– Si estás lo suficientemente recuperado, deberíamos iniciar el viaje ya. El lugar a dónde nos dirigimos está lejos y no es un viaje sencillo, pero es importante que lleguemos allí lo antes posible.
-¿Dónde es allí, si se puede preguntar? – inquirió Jarren. Heda sonrió y de sus labios se escapó un resoplido mezclado con una breve risa.
-Aunque no se pudiera tú preguntarías igual, Jarren. Prefiero no decíroslo aquí. Las paredes tienen oídos.