Las dos semanas de viaje de Heda y sus compañeros se convirtieron en tres. la lluvia torrencial les tuvo atrapados durante dos días en una cueva a la que habían accedido tras una complicada escalada y donde habían decidido ocultarse para pasar la noche después de encontrarse con una caravana de comerciantes. El conductor de la cravana les había mirado de manera sospechosa y Heda había afirmado que si pasaban la noche ocultos se ahorrarían posibles problemas, entre ellos despertar con un cuchillo en el cuello o un pequeño ejército de Hijos apuntándoles con sus armas.
-Los Hijos nos estarán buscando, estoy segura. No creo que nadie se haya tragado el cuento de Lander y cuando mi tío se de cuenta de que es incapaz de ver a Jarren, enviará a alguien en nuestra búsqueda.
-O tal vez venga él mismo – dijo Harad, mientras en el exterior la lluvia caía torrencialmente y en el interior se asaban los últimos y escasos pedazos de conejo que les quedaban en la bolsa de provisiones – y nos destruya con su mirada ardiente.
-Mi tío es demasiado teatral para eso. Si nos mata, será delante de una audiencia, creedme.
Pese a que su falta de tatuaje y la de Harad les protegían de las miradas de los dioses y el saquito de Norah hacía lo mismo con Jarren, evitaban pronunciar los nombres de los dioses. Nunca se estaba demasiado seguro de que no había oídos extraños escuchando.
Después de los dos días de lluvias el terreno estaba tan enfangado que avanzar se convirtió en una pesadilla. Tuvieron que dar un enorme rodeo ya que uno de los ríos que atravesaban la zona se había desbordado y estuvieron a punto de perder algunas de sus bolsas de provisiones cuando, caminando a través de una zona pantanosa en la que no veían donde pisaban, Jarren se sumergió en un pozo en el que estuvo a punto de ahogarse.
Por suerte Harad reaccionó con rapidez y se lanzó tras el Oráculo sin dudarlo un segundo. Heda observó las turbias aguas durante unos segundos que se hicieron eternos, dudando sobre si debía ir tras ellos e intentar ayudarles o si sería mejor esperar y mantener las fuerzas para ayudarles a salir del pozo cuando volvieran a la superficie.
La segunda opción resultó ser la correcta, ya que cuando Harad salió de debajo del agua dando bocanadas de aire con desesperación, su cabello rubio lleno de fango y vegetación muerta fue incapaz de salir del profundo agujero donde se había metido ya que llevaba el cuerpo inmóvil de Jarren entre los brazos. Heda tiró de los dos hombres hasta devolverles a tierra firme y tras un par de golpes en el pecho Jarren escupió varias bocanadas de agua sucia, recuperando la consciencia. Los tres pasaron un buen rato sentados en las pantanosas aguas, exhaustos, hasta que recuperaron las fuerzas suficientes para seguir con su viaje.
Cuando llegaron lo suficientemente cerca de la montaña como para verla en su totalidad, con las ropas húmedas, las provisiones menguadas y el frío del cercano invierno calándoseles en los huesos, ésta les pareció un obstáculo inasumible.
-Pero nuestra meta está allí, – dijo Heda, señalando hacia la cima cuando Jarren comentó que no creía que fuera capaz de seguir mucho más – mi hermano está allí, en esa Montaña.